Por un Caribe contra la dominación imperialista
Puede que Tumön ‘ka, según el mito caribe de la creación, nunca se hubiese imaginado que aquella tierra cubierta por el mar y los cuatro hombres sobrevivientes al resguardo de unas taparas, se encuentre hoy sitiada, tomada y bajo sospecha de una invasión militar estadounidense. Porque, en la actualidad, ha sido la mar quien ha venido a nosotros sobre los peldaños y, sin embargo, no es el mesías, no es la figura de un fantasmagórico Jesús caminando sobre el agua hacia sus discípulos. Por el contrario, lo que adviene son armatostes de metal y tecnología de punta que amenazan con seguir destruyendo todo aquello que encuentren en su camino. Los pocos más de cinco mil kilómetros de costa venezolana (incluyendo las islas) que hoy son objeto de sanciones, bloqueos e intimidaciones, son solo un fragmento dentro de los dos millones seiscientos cuarenta mil kilómetros cuadrados del vasto mar caribe: una suerte de cuenco estratégico para la circulación de mercancías, repleto de recursos naturales explotables y con una biodiversidad que históricamente, desde los procesos de conquista y colonización, ha sido un escenario de batallas por la dominación y la hegemonía de las potencias en disputa.
Como si de un símil se tratara, podríamos hoy, ante la presencia del portaviones Gerald Ford y los sobrevuelos de la aviación estadounidense, preguntarnos: ¿quiénes son los piratas?; ¿quiénes los corsarios?; ¿quiénes los conquistadores?; y ¿quiénes los indígenas?, en este escenario que pareciera ser una reedición de los siglos XVI y XVII en articulación con la doctrina Monroe del siglo XIX: un corolario Roosevelt del siglo XXI. Ejercicio difícil, puesto que todo intento de responder estas interrogantes queda sujeto, casi siempre, a la lógica maniquea proyanquis/antiimperialistas, a la elección del menos malo, al mecanismo del enemigo de mi enemigo es mi amigo. Lógica maniquea estratégicamente efectiva cuando se trata de gobiernos entreguistas y alineados a los planes estadounidenses sobre el continente, pero que, para el caso venezolano, se ha configurado como un chantaje que busca forjar una falsa unidad nacional, una falsa defensa de la soberanía y la eliminación de toda crítica, toda disidencia, todo derecho de expresar libremente el descontento. Un chantaje que no exime, en absoluto, a un sector de la oposición encabezado por María Corina Machado que, a través del lobby internacional, y sus premios nobel, buscan homogeneizar, hegemonizar y colocar dentro de un mismo saco las luchas populares y sectoriales que nada tienen que ver con sus ansías de poder y sus promesas a la administración Trump.
Lógica maniquea y polarización que, dentro del territorio venezolano, aplanan la constelación de movimientos, organizaciones y colectivos que buscan expresar una posición otra, una que nos permita resistir a los embates del imperialismo sin negociar ni ceder frente a las reivindicaciones y agendas de lucha que buscan tanto recuperar y defender los logros de la década progresista, como seguir profundizando en el campo de transformaciones sociales que contribuyan a la construcción de un mundo nuevo. Lógica maniquea y polarización que no afecta solo a las luchas y activistas venezolanos, porque en la escala geopolítica de los conflictos entre Rusia, China y EE. UU, nuestro país es solo la punta de un iceberg en la reedición y recomposición de zonas de influencia y acuerdos que no tienen ninguna relación con las luchas del sur global, aunque intenten ocultarse bajo ese manto.
Aquella idea de un mar comunista, como apuntara Enrique Bernardo Núñez en Cubagua, pareciera quedar hoy sitiada por el retorno de la imagen de un Caribe históricamente en guerra, donde franceses, ingleses y españoles, entre otros, luchaban por conquistar cada milímetro y milla náutica. Hoy día, más que nunca, las solidaridades de la izquierda latinoamericana deben estar dirigidas al pueblo venezolano y no a dirigentes de sospechosa legitimidad que día a día entregan porciones del territorio nacional bajo la falsa bandera del socialismo y la construcción comunal. Es necesario dejar atrás las lógicas maniqueas y las polarizaciones que, aunque estratégicas, nos han hecho perder la vieja costumbre de caracterizar y anticipar los movimientos de las potencias hegemónicas, sus controversias y disputas. La presencia de las tropas estadounidenses en el Caribe es un problema que nos concierne a todos los latinoamericanos y caribeños. Es necesario cortar la mecha antes de que la chispa llegue a la dinamita y, para ello, es necesario una articulación continental e insular que permita resituar, más allá de los Estados y los gobiernos, el terreno de la lucha de clases que venimos librando desde hace más de 500 años.
Corriente Comunes/
Sentidos Comunes





